Las emociones, en general, forman parte de nosotros y todas cumplen una función, y eso no excluye a las negativas. Hoy aprenderemos qué son las emociones, cómo podemos sacarles provecho a las emociones negativas, cuáles son las mejores formas de gestionarlas, y mucho más.
¡Empecemos!
Las emociones son respuestas de nuestro cerebro ante estímulos determinados, como lo son los recuerdos, las ideas, o una situación concreta (por ejemplo, hablar frente a muchas personas o recibir una noticia impactante).
Estos estímulos responden a tres componentes básicos:
La forma más común de clasificar las emociones es de la siguiente manera:
Las emociones positivas son respuestas agradables, placenteras y deseables ante los estímulos presentados. Tienen un gran impacto en el bienestar general de una persona, tanto en su estado de ánimo como en su salud física y salud mental. Además, ayudan a fortalecer los vínculos afectivos, rendimiento laboral, académico, entre otros.
Las emociones negativas suelen hacernos sentir mal con nosotros mismos, reducen la autoestima y afectan significativamente la confianza. Estas emociones son naturales, solemos sentirlas y, pese a que nos hacen sentir mal momentáneamente, no deberían tener mayor repercusión en nuestra vida diaria. En el momento en el que nos empiezan a afectar de manera crónica, debemos recurrir a prácticas como la meditación o la terapia para aprender a manejarlas mejor.
Tal como mencionamos anteriormente, las emociones negativas, dependiendo del punto de vista, pueden ayudarnos a aprender más de nosotros mismos.
Esas emociones desagradables, más allá de causarnos malestar, deberían invitarnos a la reflexión, a preguntarnos por qué nos sentimos así, que hay detrás de eso que nos angustia.
El primer paso es mencionar algunas de nuestras emociones básicas y sus funciones más primitivas para así identificarlas con mayor facilidad y manejarlas de la mejor manera:
El miedo es nuestra primera respuesta instintiva hacia lo desconocido, nos permite saber cuándo estamos en peligro y esa alerta nos impulsa a protegernos a toda costa.
El asco puede ser una de las emociones más básicas de todas, ya que nos frena de ingerir un alimento que se encuentre en mal estado que pone en peligro nuestro bienestar corporal. Además, potencia nuestros hábitos de higiene personal.
Esta emoción nos ayuda a prepararnos para nuestro futuro a largo plazo, previniendo o disminuyendo las probabilidades de consecuencias negativas.
La frustración es una alarma que nos indica que hay un gran deseo o necesidad de satisfacer algo y que todavía no lo tenemos o no lo hemos conseguido.
La culpa nos permite ver que hemos actuado de forma incorrecta con respecto a las normas socialmente establecidas, ante una situación o con una persona, lo cual nos impulsa a pedir disculpas y a remediar nuestro error, no solo para deshacernos de esos sentimientos de culpa, sino para conservar vínculos que nos parezcan importantes.
Es una respuesta a cuando hemos sido perjudicados, o lo percibimos así, y nos moviliza a actuar de manera negativa.
La tristeza aparece cuando sufrimos alguna pérdida de algo o alguien valioso para nosotros, o cuando sufrimos de algún fracaso.
Es una señal de que debemos parar con nuestro ritmo ajetreado de vida y tomarnos un momento para vivir ese duelo, procesarlo y profundizar lo que nos causa.
Todas estas emociones tienen en común que algo las desencadena. Hay un factor interno o externo que nos hace experimentarlas.
Cuando estas aparecen sin una causa real o racional, cuando se sostienen por demasiado tiempo, o cuando son demasiado intensas, empiezan a afectar nuestra calidad de vida.
De todos los diferentes tipos de emociones que tenemos, las emociones negativas son las más complejas de gestionar, precisamente porque son emociones dolorosas.
Puede que el primer instinto sea evitarlas o cerrarse para no sentirlas, porque simplemente nos causan mucho malestar, pero es necesario saber gestionar estos estados emocionales de la mejor manera posible para así fomentar una mejor y más rica inteligencia emocional.
Puede que suene como algo sencillo, pero lo cierto es que cuando los sentimientos se entremezclan puede ser difícil saber qué nos pasa. Requiere de mucha práctica y concentración en lo que sentimos, tanto a nivel físico como psicológico.
A veces, las emociones simplemente no se van, por más que hayas puesto en práctica todo lo que has aprendido hasta ahora, y terminas sintiéndote atrapado en una espiral de angustia y tristeza que parece no tener fin.
En ese momento, lo mejor es buscar ayuda profesional de un psicólogo o terapeuta, que han estudiado precisamente para enseñarte a gestionar toda la angustia que puedes sentir, hacerte entender por qué están ahí, y darte las herramientas adecuadas para salir adelante y sentirte mucho mejor.
Tal como pudimos observar en lo planteado anteriormente, las emociones tienen un impacto directo en el comportamiento y en nuestro desarrollo como seres humanos, pueden afectar profundamente en nuestro estado de ánimo, productividad laboral o estudiantil, e incluso repercutir en nuestra salud.
Al desarrollar las habilidades de reconocer nuestras emociones, expresarlas, entenderlas, estamos desarrollando nuestra inteligencia emocional, lo cual es clave para nuestro crecimiento personal.
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